LA ECONOMIA Y LOS POLITICOS


LA ECONOMIA Y LOS POLITICOS

Generalmente los políticos son más dedicados a las letras que a los números. El pueblo prefiere escuchar un discurso bonito que enfrentar las cifras frías de la economía.
Así se explica porque en muchos países del mundo, los gobernantes han llevado a la ruina a sus países, castigando y destrozando a las clases populares a quienes pretendían proteger y sin entender muchas veces ellos mismos que y porqué había pasado. Los manejos económicos irresponsables de la economía, el creerse omnipotentes con poder para dictaminar sueldos, precios, tipos de cambio etc., han desembocado en problemas económicos inmanejables, comenzando por déficits fiscales cada vez mayores e inflaciones descontroladas que terminan en hiperinflaciones catastróficas
Entre las causas que encontramos en todo proceso inflacionario estará inexorablemente el déficit fiscal, que se produce cuando los gastos del estado sobrepasan los ingresos genuinos, provenientes de los impuestos.
Los políticos siempre encontrarán como justificar este exceso de gastos: los desastres naturales son una causa justificada, las guerras también, aunque en forma relativa. Otras causas más frecuentes provienen del gasto ocasionado irresponsablemente para cumplir con ciertas ofertas populistas o simplemente para ganarse el favor del pueblo.
Los políticos cuando llegan al gobierno, se consideran todopoderosos e omnipotentes, reparten puestos de trabajo entre sus simpatizantes y creen que su poder ilimitado les permite inclusive fijar los precios, comenzando por los alimentos de primera necesidad y terminando por fijar el tipo de cambio. Este descontrol en el gasto lógicamente generará un déficit fiscal.
Al principio el gobierno enfrentará el déficit aumentando las tasas impositivas y  aplicando nuevos impuestos, cada vez mayores y más injustos, hasta que la capacidad de pago de los contribuyentes es sobrepasada y/o al verse esquilmados por el gobierno, aumenta la evasión.
En ese momento acuden al crédito externo, en forma descontrolada  e irresponsable hasta que esta fuente también se agota. Solo quedará una opción: imprimir más moneda,  retroalimentando la inflación.
En esta forma se castiga más al que menos tiene, pues los más ricos, no solo no se afectan por la inflación sino que se harán más ricos gracias a ella.
Vimos en los años de inflación que vivimos, como las clases sociales más desfavorecidas (económica y culturalmente) no tenían los medios para enfrentar un problema que además no comprendían, terminando por ser destruidas.
Expliquemos el tema en una forma más sencilla para que todos lo puedan entender:
 “Un trabajador tiene el 97.5% de su capital en efectivo (el salario ganado y que será gastado en la semana) y será fácil presa de la inflación, pues este dinero pierde valor cada día. Solo el 2.5% de su capital está formado por algunos enseres y herramientas y estos bienes si conservarán su valor.
El rico en cambio tiene el 97.5% de su capital  en bienes (casas, terrenos, automóviles, etc.) y solo el 2.5% en dinero efectivo y la pérdida de su valor por la devaluación no le afecta mayormente. Está protegido contra la inflación e inclusive incrementará su riqueza, comprando bienes a precios irrisorios; los bienes que las clases más necesitadas venderán para seguir comiendo.
Este es pues el peor delito que los políticos pueden cometer contra su pueblo y debería ser sancionado.
Los que vivimos el primer gobierno de Alan García conocemos bien el tema. Se establecían precios y sueldos por decreto y con la inflación ya desbocada se llegó inclusive a obligar a los comerciantes a vender sus productos con un margen de utilidad establecido por decreto, sobre el costo de adquisición, lo que llevó a más de la mitad del comercio a la quiebra inexorable. Cuando querían reponer su mercadería, se daban con la sorpresa que los nuevos costos del fabricante o mayorista ya sobrepasaban ampliamente sus precios de venta anteriores.
Lo más dramático fue comprobar, que en muchos casos los políticos, titulados en letras en su mayoría, no sabían mucho de números y no entendían lo que hacían y lo que estaba pasando.
Estas irresponsables políticas económicas, aplicadas en un medio tradicionalmente corrupto formaron una combinación explosiva que destruyó al país. Las mayorías, víctimas de la inflación y una minoría que se aprovechaba de la coyuntura para enriquecerse cada día más.
Este es el país que encontró Alberto Fujimori, cuando llegó al poder. Elegido por un pueblo destrozado económica y moralmente. Felizmente dio un nuevo y correcto rumbo a la economía del país, dando un vuelco trascendental a toda la estructura económica y estatal.
Algunos dicen que cualquiera que llegara al poder hubiese hecho lo mismo. Yo no comparto esa idea. La situación que vivía el país en ese momento exigía medidas drásticas y sin titubeos. Había que “operar sin anestesia” al sufrido pueblo que había sobrevivido al desastre.
Lamentablemente, la corrupción siguió galopante y más bien se retro-alimentó en este medio convulsionado por las reformas, llegando en los siguientes años a límites insospechados.
Con las privatizaciones, el estado se deshizo del 90% de sus empresas, tradicional y estructuralmente  ineficientes, ingobernables e incontrolables y nido de una gran corrupción.
Como meta de política económica, se tomó el rumbo correcto. Otra cosa distinta se encuentra al analizar las condiciones, circunstancias y métodos muchas veces cuestionables  en que se realizaron dichas privatizaciones.
Se logró revertir las estatizaciones realizadas por el gobierno de Velasco, que nos había dejado como herencia algunos monstruos empresariales ingobernables, refugio de crecimiento del empleo ofrecido alegremente gobierno tras gobierno por los políticos y causante de millonarias pérdidas que pagamos todos por muchos años, sin darnos cuenta,  con nuestros impuestos.
Uno de los principales problemas de las empresas del estado es que estas nunca quiebran; sus pérdidas son pagadas por el estado (con nuestros impuestos) y en este contexto a nadie le interesa ser eficiente.
Debemos ser conscientes que toda cuenta se paga. Cuando los gobernantes de turno nos ofrecen las cosas regaladas o a precios menores a su valor real, deberíamos comenzar a  desconfiar. Lamentablemente siempre recibimos estas “ofertas” alegremente sin considerar que tarde o temprano tendremos que pagar la diferencia. Los precios que controlaba y fijaba alegremente Alan García, con tipos de cambio artificiales e inclusive diferenciados para sus “amigos” se recibieron con gran alegría por el pueblo y por los empresarios. La deuda acumulada, la pagamos de golpe con el llamado “Shock” en el gobierno de Fujimori.
Para el pueblo, mantenido intencionalmente ignorante,  para quién la economía se reduce a comprobar cada mes que el sueldo no le permite vivir decentemente,  el “malo” fue lógicamente Fujimori y el “bueno” Alan García,  quien como “premio” a sus genialidades fue reelecto presidente. Pero nunca el bueno es tan bueno ni el malo lo es tanto como en cierto momento parece. Pero esto será tema de otro análisis.

Alberto Stapelfeld Zehnder

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