LAS GUERRAS EN EUROPA

 


Por Alberto Stapelfeld Zehnder – marzo de 2022.

Una vez más Europa está en guerra. Siempre nos ha afectado más una guerra en Europa que las sucedidas en otras partes del mundo y es lógico que sea así. El mundo que concentra nuestro interés siempre ha sido el que llamamos “mundo occidental”, cuya cuna está en Grecia y Roma.

Este mundo, ha sido construido desde sus cimientos con grandes guerras y sobre montañas de cadáveres. Los conquistadores y los grandes gobernantes fueron siempre los que más muertos tuvieron en su haber. Desde Alejandro Magno, Aníbal de Cartago, Julio César y otros, hasta Hitler y Stalin en el siglo XX.

Pero esa es otra interesante historia, sobre la que me gustaría escribir algún día. Hoy la guerra esta en Ucrania, un importante país recién descubierto por muchos, pero que siempre tuvo importancia estratégica para Rusia y para Europa.

En mi caso, las guerras tienen posiblemente un significado y una importancia diferente. Yo nací en medio de la “Segunda Guerra Mundial” y soy, quiera o no, un producto de la guerra. Nuestras vivencias en la infancia siempre dejan huellas que serán imborrables.

Mis primeros años los pasé en Bremen (Alemania). Cuando tenía año y medio, quise liberarme del encierro de uno de esos famosos corralitos, donde ponían por primera vez a los niños tras las rejas. Puse mis cubitos de madera uno sobre otro, me apoyé sobre la columna con el fin de alcanzar la libertad. Caí junto con mis cubitos, ocasionándome una grave hernia inguinal.

Me operaron en un hospital de emergencia de la Cruz Roja, instalado en carpas, en un bosque en las afueras de la ciudad de Bremen, para librarse de los bombardeos que caían sobre Bremen las 24 horas.

Por las Convenciones de Ginebra, se pintaba una gran cruz roja en el techo de los hospitales, con el fin de ser respetados por los pilotos en los bombardeos. En la práctica, se convirtieron en la diana donde los pilotos practicaban su puntería.

Recuperado de mi operación volví a casa. En cada bombardeo, mi madre me llevaba junto con mi hermana a un refugio público, de los que se habían construido en todas las ciudades.

Sonaban las alarmas y ¡a Correr! Para salvarnos de las bombas. El refugio era subterráneo, debajo de una plaza pública.

Un buen día, una gran bomba cayó en el lugar menos resistente, logrando perforar el techo del refugio y explotando dentro. Como resultado, muchos miles murieron ese día.

Felizmente mi madre no llegó al refugio ese día…y nos salvamos. Unos dirán que fue el destino, otros buscarán en el más allá, quien nos ayudó… para mí, solo fue una casualidad, como tantas vividas en esos años.

A partir del desastre en el refugio, nos quedamos en casa, en el sótano, que felizmente en muchos países europeos eran una norma en las construcciones. En el sótano tenía que haber una distribución similar de habitaciones como en la primera planta.

Recuerdo también que un día que dormía en un sofá de la sala, sonó la alarma antiaérea. Mi mamá me levantó y con mi hermana nos llevó al sótano. A los pocos minutos, una bomba perforó la pared que estaba junto al sofá y los escombros cayeron sobre el lugar donde había estado minutos antes. Felizmente la bomba no explotó, perforó la siguiente pared y terminó explotando en la calle.

Nuevamente, ¿el destino, la buena suerte, otra casualidad? No lo sé.

Se acercaba el final de la guerra. Mi padre trabaja en la ciudad de Detmold en la fábrica de aviones de FockeWulf, como especialista en resistencia de materiales. De sus jefes, consiguió un documento que lo declaraba indispensable para las operaciones de la fábrica con lo que felizmente no fue enviado al frente de batalla. Otra vez la buena suerte….

Un buen día, llegó mi padre a casa. Fue uno de los últimos en cruzar sobre el río Weser en Bremen. Solo quedaba un puente… los demás habían sido destruidos por los bombardeos. Nos contó que la fábrica había cerrado y que todos los documentos, planos y otros se habían enterrado en cajas de acero y el personal enviado a sus casas.

Recuerdo especialmente ese día, porque una vecina estaba desesperada esperando a su hija, que trabajaba en la orilla opuesta del río y no llegaba.

Las emisoras de radio alemanas solo emitían noticias triunfales, cuando a esas alturas la debacle ya se vivía y sentía en carne propia. Mi padre escuchaba a escondidas radio BBC de Londres y nos hablaba de la próxima llegada de ingleses y norteamericanos.

Esto era peligroso, pues había sistema de detección para encontrar a los que sintonizaban radios extranjeros y eran detenidos de inmediato.

Me decía que no se podía creer a ciegas ni a las emisoras alemanas ni a las inglesas. Me decía que había que escuchar las noticias de ambos lados, meterlas y cocinarlas en una gran olla y después colarlas. Lo que sale, todavía no es la verdad, pero se parece un poco más a la realidad. Y es una de las enseñanzas de mi padre que nunca he olvidado.

En esta guerra de Ucrania, ahora con tanta información a la mano, trato de leer y escuchar publicaciones alemanas, españolas, rusas, etc. Para formarme una idea mas clara de lo que sucede realmente.

 

Poco después, los ingleses entraron a la ciudad. Uno de mis recuerdos más claros de esos años, fue ver desde el tragaluz del sótano en la parte posterior de mi casa, como pasaban los soldados ingleses por el huerto de mi casa, con mucho cuidado para no dañar las plantitas recién sembradas y se detenían a mirar unos conejos que teníamos en una jaula al fondo del huerto.

 

En la foto, jugando en el “cajón de arena" 
 a espaldas de mi casa en Bremen. La ventana a ras del piso que se ve al fondo es el tragaluz del sótano por donde vi a los soldados ingleses pasar por el huerto de mi casa.

Frente a mi casa en Bremen, en un trineo, adelante mi hermana Irmgard, medio escondido yo y más atrás una amiguita del barrio. Como podemos ver, los niños, aún en plena guerra no dejan de jugar. 


La misma casa en la actualidad, por la parte posterior. Las mismas ventanas del sótano que vemos arriba, en esta visita que hizo a Bremen mi esposa con mi hija Gisela.


Am den Beginenlande N° 23, Bremen, en la actualidad. La misma casa venció la guerra y al tiempo y sigue en píe 80 años después. Ahí viví con mi madre y mi hermana todos esos años de guerra.

Al día siguiente, tocaron la puerta. Eran unos soldados ingleses y el jefe del pelotón pidió hablar con el duelo de casa. Salió mi padre y le pidieron un espacio en la casa para alojarse con su pelotón por unos días.

Como estábamos en el sótano, el primer piso quedó a disposición de los ingleses, pero por pocos días. Una mañana, al levantarnos, se habían marchado. Dejaron la cocina limpia, lavando las cosas que habían usado y dejaron para mi hermana y para mí, unos dulces de regalo….

Ojalá todos los soldados tuviesen este comportamiento…lamentablemente son una excepción.

Mientras duró la guerra y los bombardeos, felizmente no faltó la comida. Cada familia tenía su tarjeta de racionamiento y había lo necesario para todos.

Rendida y ocupada Alemania, la debacle fue total. Se interrumpieron las cadenas de suministro, el comercio colapsó, la moneda perdió valor y poco después desapareció. Sin gobierno y sin orden solo reinaba el “sálvate como puedas”. Y eso hicieron mis padres: luchar por sobrevivir.

Mi padre que hablaba bien el inglés consiguió trabajos de intérprete en el ejército norteamericano que ocupaba Bremen.

Con las amigas del barrio, mi madre había formado un grupo de ayuda mutua. Cerca de la casa había una línea férrea que se dirigía al puerto de Bremerhaven y por esa ruta llevaban al puerto los productos que seguía produciendo la campiña alemana, para llevarlos a Inglaterra. Cada vez que pasaba uno de esos trenes cargados, se enteraban con anticipación y lograban cortar los sacos en los vagones y llevarse a casa por lo menos unos kilos de papas.

Mi madre al inicio de la ocupación lavaba ropa para los americanos, dedicándose después a los “negocios” del mercado negro.

Los norteamericanos buscaban desesperadamente máquinas fotográficas alemanas Leica, de gran prestigio a nivel mundial y era una oportunidad que no se podía desperdiciar.

Amadeo, un italiano amigo de mi madre, conseguía las cámaras entre los acaudalados campesinos de la campiña y las traía a la ciudad. Mis padres hacían los contactos con los americanos y les vendían las cámaras Leica.

Como no había dinero, las operaciones se pagaban usando como unidad monetaria el cartón de cigarrillos Lucky Strike.

La verdadera moneda de cambio eran los cigarrillos americanos, razón por la cual llamaron a aquel sistema 'economía del cigarrillo'. La dura película 'Alemania Año Cero', de Roberto Rossellini reflejó aquel triste intercambio que sirvió hasta para pagar favores sexuales.

Un cartón de cigarrillos Lucky Strike era comprado por los soldados norteamericanos en sus almacenes por un dólar y usado para comprar a los alemanes ciertos objetos de valor como cámaras fotográficas y condecoraciones de la guerra. A su vez los alemanes usaban los cartones de cigarros como “unidad monetaria” para la compra de alimentos.

Los soldados norteamericanos cambiaban sus Lucky Strike o sus Chesterfield por souvenirs como Cruces de Hierro, cámaras Leica, joyas o sexo, y con esos cigarrillos, compraban comida para no morir de hambre. Un cartón de Lucky le costaba 1 dólar a un soldado norteamericano en las tiendas del ejército.

Posteriormente y para evitar excesos, las autoridades de ocupación crearon unos mercados llamados “Barter” donde los alemanes podían cambiar sus objetos directamente por alimentos.

Algunos meses después nos informaron que el gobierno peruano estaba enviando un barco a Europa para repatriar a los peruanos que se habían quedado en Alemania y otros países, sin poder retornar por la guerra.

Recuerdo que mi padre viajó a Stuttgart donde llegaría el embajador plenipotenciario peruano coronel Benavides, encargados de empadronar a los que serían repatriados.

Las noticias que trajo a su regreso no eran del todo alentadoras. Lo del barco y el empadronamiento era cierto, pero el gobierno peruano solo repatriaría a mi madre que era peruana y sus dos hijos que teníamos derecho a la nacionalidad. Mi padre, de nacionalidad alemana, tendría que pagar su pasaje si quería viajar con nosotros. Era lógico, pero lamentable, pues lo que menos había era dinero.

Mi madre escribió una carta a su familia aquí en Perú.

Hoy, ochenta años después, muchos no saben que es una carta y como era el envío. Se escribía a mano en un papel rayado y se enviaba en un sobre, entregado a la oficina local de correos. La carta de Alemania al Perú, en el mejor de los casos, llegaba en algo más de un mes y medio.

La falta de dinero y la demora en las comunicaciones jugaban en contra de nuestros deseos de regresar al Perú.

Cuando la familia de mi madre aquí en Perú contestó indicando que habían coordinado para pagar entre todos el pasaje de mi padre, ya no alcanzamos a inscribirnos en el primer grupo de repatriados. Felizmente se organizó un segundo grupo, el que si pudimos integrar.

Preparar el viaje fue triste pues solo se podía llevar un poco de ropa, pero con la firme esperanza de poder superar toda esta etapa vivida por la guerra e iniciar una nueva vida en el Perú. Mi madre había nacido en la selva peruana y mi padre había vivido y trabajado por siete años en la sierra y selva del Perú. No viajábamos a un sitio desconocido para mis padres, sabían dónde íbamos y que nos esperaba.

 


Así dejamos Bremen en octubre de 1947. En esta ciudad nací y en ella sobreviví la guerra y los bombardeos.Tal vez una de las huellas que dejaron en mi estos años, es la forma de ver el mundo. Mis conceptos sobre patria, nación, patriotismo, guerra, civilización, humanidad y otros quedaron fuertemente influenciados por estos mis primeros años de vida. 

Cuando por fin llegó la fecha del viaje, nos trasladamos a Stuttgart donde iniciaríamos nuestro viaje en tren hasta Génova, Italia para embarcar en el BAP Rímac que haría un segundo viaje con repatriados peruanos que volvían a su patria después de sobrevivir al infierno de la guerra.

Los hombres fueron instalados en un vagón y las mujeres con los niños en otro.

Después de algunos días de espera, por fin engancharon los vagones en un tren que salía y partimos rumbo a nuestra nueva vida. En cada ciudad importante que cruzamos, descolgaban los vagones del tren y nos dejaban botados algunos dias. Muchas veces quisieron enganchar los vagones de hombres y el de mujeres y niños en trenes separados, a lo que nos opusimos entre todos.

En general, el grupo de viajeros era mal visto por todos en Alemania. Era un grupo de privilegiados que pudo salir del país en ruinas. Literalmente, para los alemanes éramos “las ratas que abandonan el barco”.

Finalmente, después de tanta peripecia, por fin llegamos una noche a Génova donde nos esperaba otra mala noticia: el barco no había llegado.

Alojaron a las mujeres y niños en un convento de monjas. Yo tenia cinco años……recuerdo vagamente que era de noche y entramos caminando por una larga alameda con árboles muy grades y frondosos. Un perro salió a recibirme y me mordió en la cara……felizmente nada grave y solo una anécdota más del viaje.

Los hombres fueron alojados en un convento de monjes.

De Génova recuerdo los mástiles de los barcos que se veían detrás de unas casas… nos hicieron conocer algo de la ciudad, como la casa donde dicen que nació Cristóbal Colón.

Después de varios días por fin llegó el barco y nos enteramos que el primer viaje había sido algo accidentado por una epidemia de fiebre tifoidea.

Todos felices abordamos y nos instalamos. Mi ilusión era conocer y comer un plátano…el primero de mi vida.

En el primer almuerzo en el comedor del barco, llegó finalmente el mozo con una mesita de ruedas llena de plátanos. Irmgard, mi hermana recibió su plátano, mis padres también. Por mi sitio el mozo pasó de largo…el mundo se me viene abajo.

Felizmente mi padre reclamó y presurosos llegaron con mi codiciado plátano a la mesa.

El viaje que duraba algo más de un mes, no tuvo mayores inconvenientes. Recuerdo la parada en una bahía de las islas del Caribe, donde se acercaron muchos jóvenes en canoas que buceaban y sacaban del fondo marino unas hermosas conchas marinas que cambiaban por unas monedas.

En la foto, con mi hermana en la cubierta del BAP Rímac. A bordo viajó un numeroso grupo de menores.

Llegamos al Callao y en el muelle nos esperaban mis tíos: mi tía Maria, hermana de mamá y su esposo Rafael, entre un tumulto de gente que recibía a los peruanos sobrevivientes de la guerra.

Por fin en tierra, a iniciar una nueva vida y a aprender a hablar un nuevo idioma. Esa es otra aventura …. mis primeros años en el Perú.

Actualmente, leo el caso de mas de millón y medio de ucranianos que han salido de su patria y viajan a otros países europeos como refugiados. Hoy todo eso parece mejor organizado, reciben apoyo internacional, pero la tragedia para los niños es la misma.

Casos de niños que viajan solos, otros que son dejados por sus padres en Polonia, Alemania, Rumanía, etc.

Casi medio millón de niños están ahora en Alemania sin sus padres, a los que muchos tal vez nunca volverán a ver.

Por mi parte, siempre he tratado de tomar el mundo y a la gente, tal cual es, sin falsas expectativas e ilusiones que casi nunca se concretan.

En este sentido, creo que las guerras son, hasta hoy, inevitables para la humanidad. Es una de las características del ser humano, matarse unos a otros entre semejantes. La humanidad ha desarrollado toda una eficiente tecnología de la muerte. Es lamentable, no debería ser, quisiéramos que el mundo cambie, pero hasta hoy es nuestra triste realidad. O tu nación se prepara para la guerra, o será avasallada por los más poderosos.

Lo más lamentable es que los que organizan y dirigen las guerras y los que desarrollan sofisticadas armas, no son los que mueren en ellas.

Muere la gente común, la que paga con su sangre y con su vida, los experimentos que se hacen con cada nuevo desarrollo bélico que es “puesto a prueba”.


Algunas anécdotas de la guerra en Ucrania me han dejado pensando… Siempre conviene analizar las noticias y sacar algunas conclusiones.

Hace días se publicó una foto de un soldado ruso recibiendo un plato de comida de una señora ucraniana y se mencionaba también que los rusos habían enviado al frente de batalla a muchos jóvenes que hacían su servicio militar, generalmente con poco entrenamiento y a quienes no se había informado debidamente que iban a una guerra.

El servicio militar obligatorio, suprimido ya en muchos países, debería desaparecer en el mundo y nadie debería ser enviado a una guerra contra su voluntad.

El estado no debería obligar a sus ciudadanos, a matar a sus semejantes por ningún motivo.

Y no creo que esto signifique una reducción significativa en las fuerzas de algún ejército, pues siempre habrá quién quiera ir al frente de batalla. La violencia es innata en la mayoría de los humanos.


El caso contrario, formado por los que voluntariamente se alistaban para ir a la guerra también fueron noticia en estos días.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, hizo un llamamiento a los ciudadanos de países extranjeros amigos de Ucrania a venir al país para sumarse a la lucha contra la agresión rusa.

Miles de personas enviaron de inmediato sus solicitudes para sumarse a la "Legión Internacional" de voluntarios para combatir contra Rusia en Ucrania, según las autoridades ucranianas. Norteamericanos, veteranos de la guerra de Iraq, alemanes, brasileños, argentinos y otros están listos para sumarse a la legión de mercenarios modernos.

20.000 voluntarios de 52 países ya se han puesto en contacto con el gobierno de Ucrania y han dicho que quieren defender el país contra los soldados de Putin. Así lo confirmó el ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba .


1943 – Con mi hermana en la huerta, a espaldas de mi casa en Bremen.

La casa donde viví los años de guerra en Bremen, Alemania, vista hoy. (Google Street).









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