DEL PASTAZA AL AMAZONAS

DEL PASTAZA AL AMAZONAS

Mi padre llegó al Callao por primera vez en 1923 y algunos años después, mas o menos en 1929,  viajó a Guayaquil, donde conoció a unos noruegos que le propusieron un viaje al Amazonas.Esta historia que me contó mi padre, la escribí cuando tenia 16 años. Recientemente la encontré entre mis papeles y me pareció interesante compartirla con ustedes.

CAPITULO I
Uno de esos días que nos domina el aburrimiento, estaba deambulando por las calles de Guayaquil. Tratando de huir del calor sofocante, entré a un pequeño cafetín y pedí una bebida helada para contrarrestar la alta temperatura reinante. Salí nuevamente, y sin tener donde ir, regresé lentamente al Hotel "El Triunfo", donde me alojaba.
Subiendo por las escaleras de acceso al hotel, oí una voz que me llamaba con insistencia desde la acera opuesta.
- ¡Bernardo! ¡Bernardo!
Miré al lugar de donde provenían las voces y de inmediato reconocí a unos amigos noruegos que había conocido meses antes en el archipiélago de los Galápagos, en una mis tantas aventuras.
Eric era un hombre muy alto, rudo y fuerte, prototipo de su raza nórdica y que más parecía un legendario vikingo trasladado a la época actual y Sverre de contextura regular con aspecto de intelectual. Estos eran los amigos que me llamaban y que ahora se acercaban cruzando la calle.
- Hola Bernardo ¿Que haces por aquí?
- El velero en que trabajaba ancló aquí en Guayaquil y......pues me escapé y me quedé.
- ¿Que piensas hacer?
- Por ahora nada especial......ya saben, hasta que se presente alguna aventura y me voy.
- Justamente, de eso queríamos hablarte.
- ¿De qué?
- De una expedición que no.......
-. Si de eso se trata vamos arriba, a mi cuarto.
Yo hablaba el noruego bastante bien, pues por varios años había viajado por los océanos en los grandes veleros donde generalmente la tripulación incluía un alto porcentaje de noruegos.
Conduje a mis amigos por una angosta escalera, que con cada pisada crujía como si se quisiera derrumbar. El hotel era una casa muy antigua de la era colonial.
Al llegar a la puerta N° 18, la de mi habitación, abrí e hice pasar a Sverre y Eric al cuarto. Nos acomodamos los tres para seguir con la conversación.
- Bueno, dije, sigamos ahora con la aventura que  me proponen.
- Se trata de ir por el río Napo, hasta llegar finalmente a Iquitos a orillas del Amazonas, dijo Eric.
- Sabrás lo peligrosos que son los jíbaros que habitan a todo lo largo del río Napo, completó mi otro amigo.
- Si...si.....habrán oído hablar de la expedición completa que desapareció hace poco sin dejar rastro....
- Pero comprenderán que necesitamos  alguien que conozca al menos el idioma.
Seguimos conversando por largo rato y finalmente me convencieron y comenzamos con los preparativos para esta nueva y peligrosa aventura. Como consejero tendríamos a un militar peruano retirado, que conocía la selva como la palma de su mano. El capitán Sarmiento - así se llamaba - tenía en Guayaquil una tienda de armas y curiosidades de la selva y lo había conocido hace poco.
Decidimos hacerle una visita para informarle sobre nuestros proyectos y para que nos proporcione información sobre la selva, necesaria para poder realizar nuestro viaje.
Al entrar a la tienda, escuchamos el final de una conversación con un turista norteamericano.
- Además I necesitar a piel of tiger and un equipo of explorer.
- Solo me quedan unas pieles de puma. ¿Quieres una?
. Yes, yes....
Era evidente que el turista que encontramos conversando con el capi era uno de esos mitómanos (1) que habían venido a proveerse de lo necesario para regresar a su tierra y presentarse como un avezado explorador y contar historias de aventuras peligrosas sin haber pisado en realidad nunca la selva virgen.
Esperamos a que se retire el yankee y me acerqué al capi.
- Buenos días capitán.
- ¡Hola Bernardo! ¿Que te trae por aquí? ¿Quieres una piel de tigre y un equipo?
Después de presentarle a mis amigos, le respondí:
- El equipo si, pero la piel......pienso traérmela de la jungla.
- ¿Con que te vas a la selva.....?
- Pensábamos bajar por el río Napo hasta.......
- ¡El Napo! ¿Se han vuelto locos?
-. ¿Locos .... porqué? 
- ¿No sabes que en esta época los jíbaros bajan hasta la orilla del río en busca de huevos de charapa?
- Francamente no lo sabía.......pero ¿que importa eso?
-. ¿No sabes que.........
- ¡Basta ya con lo que se y no se! Para dentro de dos semanas quiero que consigas todo lo necesario para nuestro viaje.......tu sabrás que es lo que necesitamos llevar.
Seguimos conversando por un rato más y nos despedimos. Todavía nos quedaba mucho por hacer. Ir al consulado peruano, aprovisionarnos de artículos fotográficos, etc.

CAPITULO II Estábamos cómodamente instalados en el ferrocarril que partiría en unos momentos de la Estación Eloy Alfaro en el puerto de Guayaquil y tenía como destino la ciudad de Quito, capital ecuatoriana, enclavada en los andes.
Seguimos viaje en el tren hasta la pequeña pero pintoresca ciudad de Riobamba, ubicada en las faldas del volcán Chimborazo, cuya cumbre se dirige al cielo, como queriendo alejarse de la vida terrenal.
Aquí contratamos unos arrieros, que nos conducirían por los angostos caminos de la sierra ecuatoriana. Eric y Sverre no conocían esta clase de caminos por los que transitaríamos hasta llegar a la selva.
Ya en camino, avanzábamos lentamente al costado de una alta montaña y con un profundo precipicio a la izquierda, cuyo fondo no lográbamos divisar.
- ¡Hey Bernardo! gritó Sverre, que era el más asustado ¡nos vamos a caer al abismo!
- Cálmate, que nada nos pasará. La primera vez que pasé por un camino como este, estuve como tu.......pero ya vez, aquí me tienes.
Eric en cambio rara vez sentía temor. Parecía un hombre acostumbrado a los peligros.
Doblamos por un recodo de la montaña y nos quedamos pasmados: ¡Se abrió ante nuestros ojos la selva en todo su esplendor!
Según los arrieros nos acercábamos al pueblo de Baños. Que bello paisaje nos ofrecía la selva, alejándose como un interminable manto verde y juntándose en el horizonte con el cielo, esbozado por nubles de plata fileteadas de oro.
En la vecindad se levanta el volcán Tunguragua, a cuyas aguas tibias y mineralizadas debe su nombre el poblado e Baños, al que entrábamos en esos instantes.
Aquí comenzaba la ceja de selva, región con una suavidad de clima incomparable. La temperatura es uniforme durante casi todo el año y los últimos colosos andinos por un lado, con el infierno verde por el otro formaban un pasaje indescriptiblemente hermoso.

CAPITULO III Bajo una lluvia torrencial y las lanzas de Zeus a lo lejos,  caminábamos a píe por una trocha en la selva. Estábamos completamente empapados. Felizmente nuestro equipaje estaba impermeabilizado.
Debido  a las quejas de mis compañeros de viaje y las dificultades del camino en estas condiciones, cada vez se tornaba mas difícil el avance y decidimos "alojarnos" a las tres de la tarde en una choza que encontramos a la vera del camino.
- Aquí estaremos bien hasta que pare la lluvia, dije, como queriendo reconfortar a todos.
- Al menos podremos secarnos al calor de la fogata.
- Y con este café caliente estaremos pronto en condiciones de continuar la marcha, completó Eric, que parecía ser el menos sufrido.
. Eso me parece imposible. Tendremos que permanecer aquí hasta mañana al amanecer.
Y así fué en realidad. Nunca antes había pasado una noche como esa, oyendo el sonido de los truenos, los gritos de los animales en la jungla y con  las quejas de Sverre pasamos la noche.
Los cargueros que llevaban nuestro equipaje, dormían en un tambo de hojas de palma que habían construido adosado a nuestra choza. Allí festejaban los sustos y temores de los "gringos" que querían atravesar la selva virgen, el dominio del jaguar.
Al amanecer seguimos nuestro viaje y después de una hora de viaje, el camino serpenteaba nuevamente al borde del abismo. Cerca del mediodía nos encontramos con un derrumbe. En riachuelo que atravesaba el camino, con la crecida producida por la fuerte lluvia, se había llevado al abismo varios metros del camino.
Me di cuenta claramente que los cargueros conversaban entre ellos y al parecer tenían intención de regresar.
Uno de ellos se me acercó diciendo: 
-. Nos regresamos taita. Por ahí no se puede pasar. 
Mis compañeros también estaban convencidos de la imposibilidad del avance, pero yo decidido respondí:
- Si ustedes quieren volver, váyanse.¡Si he llegado hasta aquí yo seguiré adelante!
Mientras nuestros cargueros tomaban el camino de regreso, nosotros cortamos ramas y palos en el monte, construyendo una especie de rústico puente. Poco a poco pasamos nuestro equipaje hasta el otro lado y con tres arrobas en la espalda cada uno, seguimos nuestro viaje con el mismo entusiasmo. 
Cuando el sol se perdía tras el horizonte, llegamos a la casa del administrador de una hacienda. Aquí contratamos nuevos cargueros y al amanecer continuamos viaje sin mayor percance hasta Mera, lugar donde podríamos completar nuestro fiambre y recabar mayor información sobre la ruta proyectada.
Entramos a un almacén y pronto nos hicimos amigos del vendedor.
- A su parecer ¿cual es la ruta que nos conviene más, por el Pastaza o por el Napo?
- ¡Por el Napo! nos dijo, sin vacilar, sorprendiéndonos con su respuesta. 
Pero a continuación continuó:
- La semana pasada los jíbaros asaltaron una hacienda en el alto Pastaza y no dejaron ni rastro....
La noticia nos sorprendió, pero nosotros queríamos aventuras y peligros. 
- ¡Lógicamente, iremos por el Pastaza! dijo decidido Eric en el poco castellano que sabía.
Y todos estuvimos de acuerdo. Esta era justamente la finalidad nuestro viaje, encontrar un nuevo peligro cada día.
Aquí descansamos dos días y al amanecer del tercero continuamos nuestro viaje, que cada vez se volvía mas densa e inhospitalaria.
Entrada la noche, llegamos al convento de Canelos, donde los misioneros dominicos nos recibieron muy a gusto.
Los padres eran muy hospitalarios y no sabían que ofrecernos primero; baños refrescantes, comida, fruta fresca, una opípara cena y cómodas camas aparecían ante nosotros casi como por encanto.
Al día siguiente comenzaron las interminables preguntas. La curiosidad por saber algo sobre nuestro pasado y nuestros proyectos futuros era insaciable. Con el poco español que sabía trataba de responder de la forma mas aceptable todas sus dudas e inquietudes.
- ¿De donde vienen? ¿ Cual es el objetivo del viaje? y muchas otras preguntas.
- Venimos de Guayaquil. Mis compañeros en viaje de estudios y yo en busca de aventuras.
- ¿Porqué no van por una ruta mas segura?
- Ningún peligro es suficientemente grande cuando......
- Dios es grande....pero esta selva es mas grande aún, dijo interrumpiendo el prior del convento que entraba en esos momentos.
Por la tarde salimos con un padre (al parecer designado para atendernos) a recorrer las plantaciones vecinas al convento.
Y así continuamos este descanso durante una semana.

CAPITULO IV Bajo un ardiente sol tropical, nos deslizábamos lentamente en una canoa tripulada por indígenas de la zona, por las cristalinas aguas del río Bobonaza. A doblar por uno de los recodos del río, distinguimos a la distancia el pueblo de Sarayacu, al cual nos llevaban los indígenas en sus canoas.
En esta época del año se reunían en Sarayacu todos los habitantes de los caseríos aledaños, esperando la llegada de un sacerdote que se encargaba de los bautizos y matrimonios.
Un curaca indígena nis recibió con mucha cortesía.
- Bienvenidos a Sarayacu, nos dijo con palabras entrecortadas. ¿Hacia donde se dirigen?
- Al Pastaza, le respondí. ¿Podrían acompañarnos algunos de tus hombres?
- No, ninguno de nosotros los acompañará por el Pastaza. Tememos a los jíibaros. Ellos ya han matado a muchas mujeres e hijos nuestros.
La respuesta fué categórica. Ya veía que se nos haría muy difícil encontrar acompañantes para nuestro arriesgado viaje.
Nos alojamos en la casa de la misión que a la vez servía como alojamiento de los huéspedes. Aprovechamos nuestra estancia en Sarayacu para tomar muchas fotos y estudiar las costumbres de los indígenas de las diferentes tribus que se habían reunido pacíficamente......y posiblemente se enfrentarían pronto en cruentas guerras.
Después de pasar un día encantador en los alrededores, regresamos cansados a la casa misional. Nos recibió una voz conocida. Era el sacerdote, llegado horas antes desde el convento de Canelos.
- Hola. ¿Ustedes por aquí?
- Si y en dificultades. 
- ¿Que sucede? ¿Miedo de seguir?
- Los selváticos se niegan a acompañarnos. Comprenderá, que sin su apoyo es casi imposible seguir viaje.,
- No se preocupen que eso lo arreglamos fácilmente. ¡Osariyari! gritó al padre.
Casi de inmediato entró el cacique que ya conocíamos.
- ¿En que puedo servirlo padrecito? dijo con voz sumisa.
- Para mañana al amanecer ten listos a quince de tus mejores hombres para que acompañen a estos señores.
- Pero padrecito.......
- Pueden aprovechar el viaje para traer sal desde el Huallaga.
- ¿Y las fiestas padre?
- Mejor comiencen a trabajar ahora mismo. Necesitamos una buena balsa y dos canoas para el amanecer.
- Si Usted lo dice....respondió a la vez que se alejaba el sanguinario cacique, ahora convertido en mansa oveja.

CAPITULO V Ibamos velozmente río abajo en una pequeña balsa, ya que en este lugar el río era bastante angosto y estaba lleno de rocas y palizadas (2). En las dos canoas que nos seguían, iban las mujeres e hijos de los indígenas, ya que estos nunca viajan sin ellos., Llevábamos gran cantidad de carne, que los indios habían cazado para sus festividades. Felizmente logramos salir antes del inicio de las fiestas, pues con las borracheras nuestra partida se habría postergado por varios días más.
Al atardecer nos encontramos con unas rocas, que solo dejaban un pase libre de unos tres metros. Antes que el popero pudiese evitarlo, nuestra balsa se engancho en unas palizadas y volteándose se destrozó completamente entre las rocas.
Luchando contra la fuerte corriente que había en el lugar, logré finalmente sujetarme de una roca. La canoa que nos seguía, por una indecisión de sus tripulantes, todos mujeres y niños, se volcó, y todos sus ocupantes en el agua luchaban por salvar sus vidas.
Sverre y Eric felizmente habrían alcanzado la orilla. La última canoa logró darse cuenta a tiempo del peligro y evitó una nueva desgracia. Esta última embarcación recogió a las mujeres y niños que flotaban en el agua y finalmente me recogió de la roca desde la cual habría contemplado esta penosa escena, cuando las fuerzas ya me empezaban a flaquear.
Haciendo un rápido inventario, nos dimos cuenta que uno de los indígenas había desaparecido. Habíamos perdido la totalidad de nuestro equipaje. Mas nos dolió por las películas y la gran cantidad de fotos, que habríamos podido vender a muy buen precio, que descansaban ahora en el fondo del río.
Solo nos quedaban nuestras pistolas, que llevábamos al cinto y una escopeta de caza Winchester que logramos recuperar.
- ¡Todo se ha perdido! dijo Sverre apenado.
- Todo no....aún nos queda nuestro espíritu de lucha.
Después de pasar la noche, nuestra "noche triste" (3), tomamos el camino de regreso a nuestro punto de partida en Sarayacu.
El misionero recibió muy colérico a los indios.
- ¡Inútiles!  Dios os castigará por haber cometido esta falta.
- Pero padrecito.....
- ¡No hay peros que valgan! ¡Para mañana tienen lista otra balsa!
También nosotros a nosotros nos convenció que los indígenas habían causado esta desgracia premeditadamente.

CAPITULO VI Dos días después de haber regresado a Sarayacu, iniciamos nuevamente nuestro viaje. Solo teníamos unas frazadas, ollas y fiambre que nos había proporcionado el sacerdote.
Viajar en la selva por el río, causa una emoción indescriptible. Mientras alrededor nuestro el impenetrable bosque se sumerge en una oscuridad misteriosa, los murciélagos se deslizan silenciosos por el aire como una exhalación, en su afán de atrapar infinidad de mosquitos y otros insectos en su vuelo.
Mientras las olas del río entonan su monótona sinfonía, se oye al cotomono (4) en su concierto nocturno, demostrando su falta de instinto musical. Miles de luciérnagas gigantescas atraviesan el aire zumbando, ofreciendo un espectáculo magnifico y singular.
La oscuridad es ahora total, hasta que aparece la luna en el horizonte, que había estado escondida por una nube negra, sumergiendo la naturaleza en una luz pálida y argentina (5). Aquí, en la orilla del río, en la playa, la luna alumbra ahora como si fuese de día, pues en estas latitudes es mas generosa que en otras lugares. La cruz del sur se divisa claramente en el firmamento, como una brújula celestial.
Súbitamente se oye un fuerte crujido dentro del monte, seguido de un estruendo. Eric se asusta, pero los indios de la fogata siguen conversando como si nada hubiese pasado. Uno de los gigantescos y centenarios árboles de la selva se vino abajo, arrastrando todo lo que encontró en su camino. Nada en este mundo es eterno; el curso de la vida sigue: nacer, crecer, reproducirse y perecer.
La inmensidad de la selva atrae al hombre y lo sujeta de una forma inexplicable. El que ha podido ver de cerca la belleza singular de este mundo primitivo y ha probado el agua de la selva amazónica, de pronto se verá inevitablemente dominado por esta hermosura tropical. Difícilmente podrá arrancarse de la mente este infierno verde, eterno e interminable.
En estos momentos el hombre siente, como en su pecho nace un entendimiento de lo que él significa en comparación con esta magna grandeza. Se da cuenta como el todopoderoso influye sobre el con una fuerza inimaginable.
En la inmensa bóveda celeste, cuelga una sola nube. Parece como si estaría esbozada con un traje transparente, de brocado dorado, adornada de múltiples colores y engalanada a lo lejos con relámpagos en zigzag y miles de estrellitas centellantes.
Esta noche la estoy viendo como queriendo sujetarla y atraparla en mis ojos......pero se va.....perece....y solo queda de ella un oscuro recuerdo.
Recién ahora, después de pasada la mitad de mi vida, puedo admirar el cielo en toda su hermosura. En las grandes metrópolis, en que pasamos la vida entre varietés y restaurantes, iluminados con luz artificial o en los enormes edificios, oscuros sin posibilidad de ver el cielo, los hombres pasan la vida sin darse cuenta del significado de la hermosura de un cielo claro, lleno de  estrellas y dominado por la luna llena.
Me acuesto ahora tranquilamente sobre la arena caliente de la playa, protegido por un ligero techo de hojas de palmera. Nuestros compañeros de viaje, indígenas del alto Pastaza ecuatoriano, siguen conversando de sus aventuras y las de sus padres y antepasados, historias que conservan de generación en generación, mientras en la profundidad del bosque se escucha el ronco bramido del jaguar, el rey indiscutible de esta gran hermosura.......
¿Hasta cuando durará esta vida tranquila y hermosa? Hasta que la civilización interrumpa brutalmente esta maravilla de la naturaleza con toda su maldad, infamia, mentira y egoísmo, desconocidos por estos habitantes del mundo primitivo en la selva.


CAPITULO VII Al tercer día de jornada, llegamos al puesto de un comerciante peruano, quien aquí en territorio ecuatoriano explotaba balata (6), que llevaba y comercializaba en el puerto de Iquitos. Este señor nos recibió alegremente.
- Si quieren pueden ir conmigo en una balsa de cinco toneladas.
- ¿Para cundo sería el viaje?
- Dentro dos semanas estará lista la balsa. Sus hombres irían tripulando la balsa.
El peruano nos ofreció gustoso su casa hasta que estuviera en condiciones navegables la enorme balsa que estaba preparando.
Después de pasar dos semanas encantadoras en casa del Sr. Gutierrez, partimos el 12 de junio con la balsa cargada de balata. La balsa estaba provista de las facilidades necesarias y de una gran barbacoa (7) con un amplio techo de hojas de palmera para defendernos de los ardientes rayos solares. Dos inmensas canoas de 12 metros de largo acompañaban la balsa, una explorando el río y la otra a la retaguardia.
Pasado el mediodía llegamos a la desembocadura del Bobonaza al río Pastaza. Aquí la corriente era cada vez mas fuerte.
Los chunchos que nos acompañaban no accedían a acampar en las riberas por miedo a los jíbaros, obligándonos a  pasar la noche en alguna isla. Como sabíamos que mas adelante no encontraríamos otra, tratamos de alcanzar un islote que encontramos frente a la desembocadura.
Logré saltar de la balsa con una soga, para ayudar a detener la balsa contra la corriente del río. Al pisar un montículo de  ramitas y hojas secas, fuí mordido en el tobillo derecho. Era una culebra venenosa conocida en estas regiones con el nombre de "loro machaco" por sus tres colores.
Por el dolor, solté instantáneamente la soga. Eric, que había saltado metros más abajo vino corriendo hacia mi.
- ¡Bernardo! ¿que ha sucedido?
Yo solo atinaba a señalar mi pierna, en la que como únicas huellas de los dientes venenosos de este animal había dos gotas de sangre apenas visibles.
Una mujer indígena se abalanzó sobre mi pierna y comenzó a chupar la herida, mientras otros indígenas me sujetaban fuertemente y tarjaban la herida en forma de cruz para provocar así una fuerte hemorragia que debía expulsar la mayor parte del veneno inyectado por la víbora.
Pero después de un tiempo había que paralizar esta sangría, para lo cual me amarraron con una toalla y una piedra la arteria principal.
Enseguida se procedió a cauterizar la herida. Primero con pólvora negra, incendiándola sobre la herida y después con una braza viva de la fogata. Los dolores eran insoportables; solo agarrándome fuertemente me podían "curar" la mordedura de esta manera.
A pesar de estos procedimientos y tomando cada media hora una cucharada de curarina (8), la pierna se hinchó enormemente, poniéndose de todos los colores del arco iris.
Al amanecer, continuamos nuestro viaje. Poco después del mediodía, llegamos al pueblo de la tribu de los andoas. Son estos los únicos indios que viven en forma nómade a orillas del río Pastaza.
Aquí el río era mucho mas ancho, pero la orilla terminaba en un barranco de unos doce metros de altura. Yo iba sentado al fondo de una de las canoas. Sverre me señaló los indios que en las alturas gesticulaban nerviosamente.
- Mira Bernardo, allá arriba están observando nuestra llegada.
- Vayan arriba a hacerles una visita que yo me quedaré aquí mientras tanto.
Cuando nuestros hombres llegaron arriba, solo encontraron las casas vacías y abandonadas. Recién después de una hora comenzaron a salir poco a poco los indígenas andoas de sus escondites. Estos son sumamente temerosos y cautelosos pues sus vecinos los jíbaros los atacan con frecuencia, robando sus mujeres y niños.
Con bastante esfuerzo lograron llevarme arriba. No nos costó mucho entendernos con los andoas, quienes nos proporcionaron yucas y plátanos a cambio de unos espejitos y otros objetos de poco valor para nosotros.
Pasamos la noche en la tribu, donde fuimos agasajados con masato, bebida típica de la selva amazónica.
Al día siguiente, antes de salir el sol, ya estábamos en marcha. Pronto llegaríamos a la frontera entre Perú y Ecuador.
- ¿Como haremos? peguntó Sverre. No tenemos ninguna clase documentos. Nuestros pasaportes descansaban lejos de donde estábamos, en el fondo del río.
- De eso no te preocupes. Ya verás como todo se arregla fácilmente.
- Ojalá......
Cerca del mediodía, llegamos al puesto fronterizo ecuatoriano. No encontramos a nadie.
Afuera había un centinela que llegó apresuradamente y nos informó que todo el personal estaba de visita en el puesto peruano, unas dos o tres horas río abajo.
- Ves Sverre, parece que no tendremos ninguna dificultad.
Y así sucedió realmente, ya que en el puesto fronterizo, peruanos y ecuatorianos estaban dedicados al culto de Baco. Todo era risas, gritos y una borrachera terrible.
Nos recibieron bien. Me aplicaron un suero y mi herida fué vendada y curada. En la borrachera nadie se acordó de exigirnos un pasaporte o identificación. Nos invitaron gentilmente a pasar la noche y con ayuda de un narcoótico, pude al fin, después de varias noches, dormir profundamente.

CAPITULO VIII Al amanecer continuamos viaje. Sabíamos ahora que en dos días no encontraríamos ningún ser humano, a no ser por los indeseables jíbaros y záparos. Como había luna llena, también podíamos viajar de noche.
En la primera noche distinguimos la luz de una fogata en la ribera del río. Sin ser advertidos, unos indios nos seguían en una silenciosa canoa, alcanzándonos rápidamente. Eran los záparos, una de las tribus nómades que habitaban las orillas del Bobonaza y del Pastaza. Nos ofrecieron cabezas humanas reducidas, a cambio de armas de fuego. 
Sverre y Eric como estudiosos que eran, ya iban a canjear la única Winchester que nos quedaba.
- ¡No seas tonto Sverre" le interrumpí. ¡No vas a dejarnos sin armas a nosotros y armar a estos salvajes!
- Pero nunca mas tendremos esta oportunidad.......
- Además aquí en el Perú estaba prohibido el comercio de estas "mercancías".
Y era cierto. Lo que en Ecuador era un comercio libre, aquí en el Perú estaba prohibido.
Los záparos se retiraron algo resentidos, ante el fracaso de su intento. Pensaba que ahora si podríamos esperar un ataque de los indios en cualquier momento.
Felizmente no volvieron a molestarnos en el resto del viaje. Al morir el segundo día, desembocamos en el río Marañón. A la izquierda había una playa inmensa.
- ¡Mira que cantidad enorme de palizadas hay en esa playa!
- ¿Palizadas que se mueven?
- Es verdad....son cocodrilos.
. No Eric,  son caimanes, que en el Brasil llaman yacarés.
Al día siguiente, atracamos en una hacienda donde se quedó el Sr. Gonzalez, a la espera del vapor hacia Iquitos.
En una de las canoas seguimos hasta la hacienda Payarote, perteneciente a un paisano mío. Aquí nos ofrecieron hospedaje indefinido, mientras sanaba mi pierna.
Al fin tendríamos un merecido descanso, aunque temporal. Solo hasta planificar un nuevo viaje. Me faltaba conocer toda la inmensidad de esta selva espectacular.

FIN

(1) mitómano: Inclinado a decir mentiras o fabulaciones.
(2) palizada: nombre que se da a los árboles y otras cosas que quedan en una río después de la crecida.
(3) "noche triste": recordando la "noche triste" de Hernán Cortes en México.
(4) cotomono o coto mono: variedad de mono de la selva amazónica.
(5) argentina: de plata. proviene de argenta: plata.
(6) balata: especie de jebe sacado de un árbol de la amazonía.
(7) barbacoa: Superficie de cañas entretejidas que, sobre unos puntales, sirve de camastro.
(8) curarina; medicina usada contra las mordeduras de culebra.
























Comentarios

  1. Un relato muy ameno y encantador. Preciso en la descripción de cada lugar.
    Felicitaciones a ese Alberto de 16 años.
    Y al Alberto de ahora por haber conservado esta joya literaria. .

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