EMPRENDEDORES EN UN PAIS INFORMAL
Mis experiencias de
vida
EMPRENDEDORES EN UN PAÍS
INFORMAL
Hace mas de treinta años, tenía una pequeña tienda de venta de Balanzas. Las ventas se hacían directamente en tienda y por medio de vendedores libres en todo Lima.
La cobranza de las cuotas
por ventas al crédito, las encargaba inicialmente a los mismos vendedores, pero
pronto me di cuenta que eso no funcionaba….Finalmente, yo mismo hacia mis
cobranzas, principalmente en los mercados de toda Lima Metropolitana. En esta
forma conocí Lima y su gente, a los comerciantes informales y sus diferentes
tipos de negocios o emprendimientos como los llaman hoy en día.
Abría mi tienda a las 08:00am,
dejaba un empleado encargado y después de planificar mi ruta, salía con rumbo a
los mercados mas lejanos en los barrios periféricos de Lima. Conocí en esta
forma los mercados, desde Carabayllo hasta Lurín y de La Perla hasta Vitarte,
en un periplo diario que duraba hasta el mediodía. Conocí también a su gente, en
su mayoría provincianos, pequeños comerciantes que luchaban por labrar un
porvenir para sus familias.
Fue una experiencia muy
rica, después de haber trabajado en la Banca con puestos mas o menos
importantes, que me convertían en engreído de algunos grandes empresarios ricachones
que se deshacían en invitaciones y regalos, para después pretender alguna
retribución. La mayor parte de ellos, si los encontraba en mi camino, ya no me conocían.
Fue también una experiencia enriquecedora que me permitió conocer a la gente.
También encontré muchos amigos incondicionales…… como se dice, en las buenas y
en las malas.
Pero las experiencias mas ricas
estaban entre mis nuevos clientes. Aprendí que la gente más cumplida se encontraba
generalmente en los barrios mas pobres y lejanos y los malos pagadores, en los
llamados “mejores barrios” limeños, como San Isidro y Miraflores, generalmente
entre los “nuevos ricos” o los que pretendían serlo. No son lógicamente leyes absolutas, pero fue una
experiencia aleccionadora.
No puedo olvidar a la
pobre señora del Mercado de San Carlos en Carabayllo, que me veía llegar y muy
turbada me decía “Uy, señor, me había olvidado de usted……pero espere un momento
por favor”. Presurosa visitaba a todos sus vecinos del mercado, haciendo una
colecta para pagar su cuota. Cancelaba y me decía “no puedo hacerlo venir de
tan lejos y hacerlo regresar”. O aquel
comerciante de un mercado en pleno arenal de Villa El Salvador, que me invitaba
a su casita, en medio del arenal, me brindaba un asiento y me servía una
gaseosa helad, mientras buscaba el dinero para pagarme.
En el otro lado estaba el
dueño de un Supermercado en San Isidro, a quien había vendido una moledora de
carne. Me había pagado dos cuotas y faltaban cuatro. Me hacía venir una y otra
vez, hasta que finamente me dijo en alta voz y muy altivo: “No te pago, porque
no me da la gana”. O un dueño de un gran restaurante frente al Centro Comercial
Camino Real que me debía dos letras, devueltas por el banco y me hacia regresar
una y otra vez. Finalmente le pedí que me diga él, como y cuando me pagaría. Me
fijó una fecha y hora. Cuando llegué, vi su auto deportivo último modelo en la
puerta. Ingresé, y sus secretaria, una señorita muy guapa, de acuerdo al barrio
y al nivel del gerente, me dijo que no podía ingresar porque su jefe estaba “en
reunión” con una importante señora. Esperé, 10, 15, 20 minutos y finalmente
ingresé a la mala. Estaba el “señor” con una alegante dama de edad avanzada en
plena conversación y me dijo, que por favor “regresa mañana”. Aproveché el momento
para exigir el pago como me había ofrecido. Lógicamente fue a la caja, juntó el
dinero, hasta con la propina de los mozos y me pagó. No podía ni quería exponerse
a un mal momento, Y así, tengo mil anécdotas de mi rápido aprendizaje de cómo
era la variopinta sociedad limeña.
Pero lo que me animó a
escribir esta nota se refiere a una experiencia que llamó mi atención y la
recordaba ahora que se habla tanto de los emprendedores, de la informalidad, el
neoliberalismo, comunismo, y tantas otras teorías “de escritorio”….
En un mercado de la Av.
Alcázar en el Distrito del Rímac, un vendedor libre que eventualmente trabajaba
para mí, había concretado la venta de una balanza de plataforma de 500 kg en un
puesto de abarrotes.
En esa época, en el primer
gobierno de Alan García, el estado controlaba toda la venta de arroz. El
comerciante tenía que ir al Banco de la Nación y después de una larga cola,
pagar por su arroz, que recibiría varios dias después. Como siempre faltaba en
los sacos, se vieron obligados a comprar costosas balanzas de plataforma,
para controlar el peso. Como el precio de venta también era fijado
por el gobierno, la ganancia era muy poca y se desvanecía con los faltantes de
cada saco. Los camioneros, introducían un pequeño tubo o cañita en cada saco y sacaban
uno o dos kilos, en lo que llamaban "ordeñar los sacos".
Volviendo al cliente, este
quería pagar una inicial y el saldo en cuatro cuotas mensuales. Esto me
obligaba hacerle una visita, antes de la entrega del equipo, para una pequeña evaluación
del crédito.
Llegamos al puesto con el
vendedor y me presentó al dueño del negocio, un señor humilde y muy anciano,
sentado en un banco. El puesto de abarrotes, estaba muy surtido y con gran movimiento de
clientes.
La que atendía era la hija
del señor, una simpática niña de 9 años, de rasgos aimara, que trabajaba muy
alegre y vivaz. A los pocos minutos llegó un proveedor de Leche Gloria. La muchacha
dictó su pedido, le entregaron la mercadería y ella pidió a su padre la
chequera. La niña giró un cheque del Banco Wiese, lo firmó y entregó al
proveedor.
Cuando se desocupó unos
minutos, conversé con ella y le pedí que me explique cómo es que manejaba la
cuenta bancaria. Me explicó, que estudiaba por las noches y en el día atendía
el puesto “ayudando” a su padre, que era analfabeto. En el Banco Wiese habían “colaborado”
con ella , abriendo la cuenta y entregándoles la chequera, firmando ella en nombre
del padre.
Aprobé el crédito, al día
siguiente le entregamos el equipo, la niña me firmó su cheque por la cuota
inicial y pagó puntualmente sus cuotas, cada vez que la visité en los meses
siguientes. A estas alturas, esta niña debe ser una señora, madre de familia y
empresaria de éxito, como tantos que se amamantan en los puestos del mercado y
duermen en una caja de leche Gloria. Dominan los negocios y las “teorías económicas”
mejor que aquellos que lucen sus cartones y trabajan en los ministerios o en
una ONG.
Una experiencia
enriquecedora que al igual de tantas otras, me permitió conocer mejor mi país y
su gente.
En el mercado del Jr.
Amazonas en Pueblo Libre, el dueño de un puesto muy grande de abarrotes me
había pedido un crédito. Me preguntó cuál era el porcentaje que le estaba
cobrando. Le di el interés y sacó su calculadora, hizo unas operaciones y me
dijo “No, me estas cobrando tanto”.
Me hizo pasar a una oficinita
que tenía en el puesto, conversamos muy amigablemente y me dijo: “mira en la
pared”.
Me enseñó un título de
Economista de la Universidad Mayor de San Marcos, diciéndome: “Esto es lo que estudié” y
señalando su puesto, concluyó diciéndome “y esto es lo que me da de comer.
Trabajando como economista, no ganaría lo que gano aquí”.
Otro caso interesante fue
cuando llegué al mercado de El Ermitaño en Independencia, donde una anciana
señora quería pagar en 12 cuotas una hermosa y costosa balanza para su negocio
de abarrotes.
Cuando vi su puesto, miré
a la señora y pensé que no podría darle el crédito. Estaba por los ochenta años,
trabajaba sola y tenía muy poca mercadería exhibiéndose. Vendiendo todo lo que
tenía no cubría el precio de la balanza.
Conversó con el vendedor que
nos acompañaba y me dijo, venga conmigo a mi casa, aquí a media cuadra. La
acompañé y encontré una vivienda muy bien construida para la zona y me hizo
pasar. Conversando con ella, me contó su vida: “Con ese puesto que usted ve, di
educación y universidad a mis cuatro hijos”. Tres de ellos viven en el extranjero,
en Francia y Canadá. El cuarto es
catedrático aquí en la Universidad de Lima y no se preocupe por los pagos, él
siempre viene a visitarme y me deja alguito”. “El negocio me entretiene
viviendo aquí sola y no pienso dejarlo”.
Al día siguiente le
entregue su balanza y en los doce meses siguientes, cada vez que la visitaba por
la cobranza, me contaba alguna anécdota de su vida.
Y finamente un cliente en
San Martin de Porras, que quería una balanza de plataforma de mil kilogramos.
Tenía un pequeño puesto de mercado, con muy poca mercadería y no parecía digno
de crédito alguno. Me invito a su casa, a dos cuadras y encontré una gran construcción
de tres pisos y varios camiones en la puerta descargando y cargando sacos.
Me explicó que tenían un negocio
de venta de granos al por mayor, que compraba y vendía a provincias trabajando con
su hijo que era administrador de empresas y su hija que se había recibido de
economista. Me presentó a sus hijos, que hablaron brevemente conmigo y me
explicaron cual era su movimiento. Estaban a la búsqueda de un terreno de mayor
tamaño para poner un almacén.
Eso fue durante el primer
gobierno de Alan Garcia. En la actualidad, si siguen con el negocio, deben ser
dueños de una gran empresa, como muchos “emprendedores” que conocí en esos
años. Ese es el Peru, mas allá de ideologías de izquierda o derecha. Gente que
ha resuelto siempre sus problemas, como también lo hice yo en esos años, y lo
sigo haciendo ahora, sin “apoyo” y sin esperar nada del gobierno de turno.
Una cosa son las
ideologías políticas y/o lo que yo quisiera para este país que dejo a mis hijos
y nietos y otra cosa distinta es lo que tengo que hacer para sobrevivir hoy y
darles un futuro. Lo primero es una ilusión, lo segundo es la realidad en la
que me toca moverme. Siempre he tratado de analizar cual es la situación que me
rodea, tanto con Velasco Alvarado, Alan García, Toledo, Humala, Vizcarra,
Sagasti y los que vendrán. Estamos hace años, de mal en peor, en caída libre y
todavía no tocamos fondo. Solo queda la esperanza de por fin algún día estrellarnos
al fondo del abismo para después comenzar un lento y seguro asenso. Mientras
tanto, seguiremos sobreviviendo y soñando con un país mejor.
Alberto Stapelfeld Zehnder
Enero 2021
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